«Si su gente está capacitada para trabajar bien, los resultados en la cuenta de resultados serán una consecuencia natural»: vincular el bienestar de los empleados con el bienestar de la empresa es un compromiso del mundo empresarial actual.
Empieza por implicar a las personas en los objetivos de la empresa, aclarar cómo pueden alcanzarse, trazar un proceso de trabajo, documentarlo e integrarlo, y formar a los empleados en sistemas que faciliten la cooperación.
La implicación en los objetivos proporciona a las personas una visión en perspectiva, ofrece un horizonte con el que orientarse y motivarse, es una génesis fundamental de nuestra fuerza creativa que sustenta nuestra capacidad de operar y trabajar con compromiso y constancia.
Operaciones y procesos definidos y mantenidos, acompañados de datos e información concertados armoniosamente por todos los implicados es el reto de cada día y debe formar parte de la cultura de todas las personas. Datos, procesos y departamentos conectados en lugar de divididos en compartimentos estancos, para que el trabajo beneficie a todos los empleados de la empresa, ya que la experiencia que necesitamos se encuentra a menudo en otro equipo.
Superar este reto significa no sólo realizar la eficiencia productiva, sino también generar calidad: fluidificar las operaciones, organizar los recursos, eliminar la reiteración continua, optimizar los residuos y el tiempo, generar valor en un ambiente de agilidad y fluidez en el entorno de trabajo, que da lugar a un círculo virtuoso de bienestar y prosperidad. Calidad de vida.
El Mantra en todo esto es por tanto «hacer fluir la información» y la acción se convierte en integrar sistemas y metodologías innovadoras, mapear a tiempo, documentar constantemente, formar y actualizar asiduamente. En una palabra: organizar.
Además de todo esto, en una empresa que cree en la autoorganización, es igualmente importante promover una cultura de las competencias interpersonales y de comportamiento, que caracterizan la forma de presentarse en el contexto laboral.
Por lo tanto, para crear las mejores condiciones de trabajo, además de los aspectos técnicos, es necesario prever el desarrollo de una cultura de la presencia, de la escucha, de la expresión, del espíritu causal y creativo, de la adaptabilidad y de la resolución de problemas, de la colaboración, de la inclusión, de las relaciones de encuentro y de acogida. Todo ello, para gestionar las situaciones más inesperadas, no procedimentalizables, como flujos embrollados o encallados, zonas límite en las que, por ejemplo, es complejo comprender qué competencias implicar o quién tiene la responsabilidad de la toma de decisiones, circunstancias especiales, anómalas o repentinas y urgentes… es decir, la Vida.
Como si dijéramos que existe el elemento organizativo-científico-tecnológico, pero éste no puede separarse del elemento humano.
Nunca como en esta época, en este momento histórico-económico, se ha hecho evidente la necesidad de prestar atención a la parte más blanda de nuestra capacidad productiva, para marcar la diferencia, dejando atrás la mecánica y creando valor espontáneo, consciente, inventivo, dirigido allí donde se necesita… También vemos más elegancia y sentimos plenitud y fecundidad cuando dejamos de controlar o de actuar como un «librillo» y, por el contrario, optamos por percibir y responder.
Me gusta mucho la metáfora de las nubes que se forman o se van porque las condiciones atmosféricas, temperatura, humedad, generan moléculas de agua que se condensan o vaporizan. La organización debe hacer lo mismo: hacer que las estructuras aparezcan o desaparezcan en función de las fuerzas que actúan en el contexto específico. Cuando las personas son libres, perciben esas fuerzas y actúan de la manera que mejor responde a la realidad.
Estamos en este camino, nuestra inspiración es estar en el proceso, en continuidad con el devenir, en presencia y creatividad… ¡crearemos Mundos!